Érase una vez una niña a la que lo que más le gustaba en el mundo era jugar pero siempre encontraba otras aficiones con las que disfrutar, hasta que un día se chocó con la idea de que mejor que jugando se lo pasaba inventando juegos, sus horas escolares sufrieron la pérdida de su interés, ella prefería estar en su propio universo. Entre estos juegos, por supuesto, había uno que era su favorito. No lo tenía terminado pero cada vez que se ponía a pensar en él, nuevas ideas, estrategias, normas, soluciones... se le ocurrían para el gran juego.
Ese no era cualquier juego, era uno en el que ella iba a lograr llegar a la meta de manera victorioso, quería alcanzar su destino, pero llevándolo todo con ella por supuesto. La niña se ha apegado de tal manera a algunas "pequeñas cosas" de la vida que sabe que no va a poder estar en otro sitio sin ellas, así que empieza a hacer su maleta. Una vieja maleta de piel marrón, dentro su corazón, prefirío encerrarlo hace tiempo pues sabía que en eso del juego tenía las de perder...
Cuando hubo preparado su equipaje se propuso a despedirse de lo que no cabía en ella, empezó por su habitación, aquel era su rinconcito especial al que acudir siempre, en el que no le faltaba calor pero ahora lo notó frío, un escalofrío recorrío su cuerpo. También dijo adiós a su biblioteca, cosechada a lo largo de esos intensos años, se despidió de su música porque sabía que allí dónde iba ya había música propia, algo así como el hilo musical del aeropuerto, miró lo que dejaba y agarró fuerte la maleta con aquello que a partir de ese momento era lo único que poseía.
Cruzó el umbral de su habitación y bajó las escaleras, se iba y ésta vez era para no volver. Lanzó un beso al aire y susurrando dijo algo que quedo entre su corazón y algún órgano avispado, los sentidos no pudieron percibir lo que ella expresó, nadie supo nunca qué quería, qué buscaba, a dónde iba, quién era... pero puede que ella misma no lo supiese pensaron al principio, al ver la cantidad de cosas imprescindibles en su vida que la chica había dejado. La siguieron durante un tiempo pero le perdieron la pista, ella descansó en un pueblo que encontró apacible y suficientemente alejado, esperando que también discreto.
Llegó el invierno abrasando con todo, el blanco cubrió las casas, las calles, los caminos... desde su ventana solo se podía divisar una inmensidad blanca. Su relación con la nieve era un tanto peculiar, ella sabía unos días antes de que sucediese que iba a suceder, había una sensación que le recorría el cuerpo y muy bajito decía "me encanta que haga frío" (sí, se lo pido prestado al señor Julio Medem y lo oigo en mi cabeza en la voz de Najwa Nimri), porque es así como llo sentía, cuanto más helada se sentía un calor más intenso iba quemando en su interior, se le iba acelerando el pulso y sus mofletes adquirian un tono rosado que se iba tornando en vermellón.
Entonces esa noche nevaba y al día siguiente se despertaba en otro mundo muy diferente, en otro cuento ("si tú me dejas, si me das tiempo" Medem es que ya lo has escrito todo, le adoro!), en el que ya no estaba sola, en esa historia había alguien más pero ese es el momento en que muy discreta ella, cerraba las puertas de madera de las ventanas y no nos dejaba ver más...
Así que colorín colorado este cuento... espera, espera...¿qué pasa?, no puedes dejarme así. ¿ah no? Qué va, ahora tienes que contarnos quién era él y cómo entraba en su mundo...
Es que eso en realidad, es otra historia que ya no está dentro del cuento, que se sale y aún la tengo dentro, pero la estoy amenazando, la presiono para que salga, estoy empezando a pensar en estrategias para tentarla a jugar y puede que vuelva a abrir las puertas de sus ventanas y quien sabe si las de su casa...
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